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viernes, 20 de enero de 2012

EL PATITO FEO

El patito feo 


A veces a la mujer salvaje la vida le falla desde el principio. Muchas mujeres son hijas de unos progenitores que en su infancia las estudiaban, preguntándose cómo era posible que aquella pequeña intrusa hubiera conseguido introducirse en la familia. Otros progenitores se pasaban el rato con los ojos en blanco sin prestar la menor atención a su hija o bien la maltrataban o la miraban con frialdad.

Las mujeres que han pasado por esta experiencia tienen que animarse. Se han vengado siendo, sin culpa por su parte, un engorro al que sus padres han tenido que criar y una espina clavada permanentemente en sus costados. Y hasta es muy posible que hoy en día sean capaces de causarles un profundo temor cuando llaman a su puerta. No está del todo mal como justo castigo infligido por el inocente.

Hay que dedicar menos tiempo a pensar en lo que ellos no dieron Y más tiempo a buscar a las personas que nos corresponden. Es muy Posible que una persona no pertenezca en absoluto a su familia biológica. Es muy posible que, desde un punto de vista genético, pertenezca a su familia, pero por temperamento se incorpore a otro grupo de personas. También cabe la posibilidad de que alguien pertenezca aparentemente a su familia, pero su alma se escape de un salto, corra calle abajo y sea glotonamente feliz zampándose pastelillos espirituales en otro sitio.

Hans Christian Andersen(1) escribió docenas de cuentos literarios acerca de los huérfanos. Era un gran defensor de los niños perdidos y abandonados y un firme partidario de la búsqueda de los que sol, como nosotros.
 


Su versión del “Patito feo” se publicó por primera vez en 1845. El antiguo tema del cuento es el de lo insólito y lo desvalido, una semihistoria perfecta de la Mujer Salvaje. En los últimos dos siglos “El patito feo” ha sido uno de los pocos cuentos que han animado a varias generaciones sucesivas de seres “extraños” a resistir hasta encontrara los suyos.

Es lo que yo llamaría un cuento psicológico y espiritual “de raíz”, es decir, un cuento que contiene una verdad tan fundamental para el desarrollo humano que, sin la asimilación de este hecho, el ulterior progreso de una persona sería muy precario y ésta no podría prosperar del todo desde un punto de vista psicológico sin resolver primero esta cuestión. He aquí por tanto “El patito feo” que yo escribí como cuento literario, basándome en la extravagante versión original relatada en lengua magiar por las falusias mesélök, las rústicas narradoras de cuentos de mi familla (2).


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El patito feo

Se acercaba la estación de la cosecha. Las viejas estaban confeccionando unas muñequitas verdes con gavillas de maíz. Los viejos remendaban las mantas. Las muchachas bordaban sus vestidos blancos con flores de color rojo sangre. Los chicos cantaban mientras aventaban el dorado heno. Las mujeres tejían unas ásperas camisas para el cercano invierno. Los hombres ayudaban a recoger, arrancar, cortar y cavar los frutos que los campos habían ofrecido. El viento estaba empezando a arrancar las hojas de los árboles, cada día un poquito más. Y allá abajo en la orilla del río una mamá pata estaba empollando sus huevos.

Para la pata todo marchaba según lo previsto hasta que, al final, uno a uno los huevos empezaron a estremecerse y a temblar, los cascarones se rompieron y los nuevos patitos salieron tambaleándose. Pero quedaba todavía un huevo, un huevo muy grande, inmóvil como la piedra.

Pasó por allí una vieja pata y la mamá pata le mostró su nueva prole.

—¿A que son bonitos? —preguntó con orgullo.

Pero la vieja pata se fijó en el huevo que no se había abierto y trató de disuadir a su amiga de que siguiera empollándolo.

—Es un huevo de pavo —sentenció la vieja pata—, no es un huevo apropiado. A un pavo no se le puede meter en el agua, ¿sabes?

Ella lo sabía porque lo había intentado una vez.

Pero la pata pensó que, puesto que ya se había pasado tanto tiempo empollando, no le molestaría hacerlo un poco más.

—Eso no es lo que más me preocupa —dijo—. ¿Sabes que el muy bribón del padre de estos patitos no ha venido a verme ni una sola vez?

A final, el enorme huevo empezó a estremecerse y a vibrar, la cáscara se rompió y apareció una inmensa y desgarbada criatura. Tenía la piel surcada por unas tortuosas venas rojas y azules. Las patas eran de color morado claro y sus ojos eran de color de rosa transparente.

La mamá pata ladeó la cabeza y estiró el cuello para examinarlo y no tuvo más remedio que reconocerlo: era decididamente feo.

—A lo mejor, es un pavo —pensó, preocupada. Sin embargo, cuando el patito feo entró en el agua con los demás polluelos de la nidada, la mamá pata vio que sabía nadar perfectamente—. Sí, es uno de los míos, a pesar de este aspecto tan raro que tiene. Aunque, bien mirado… me parece casi guapo.

Así pues lo presentó a las demás criaturas de la granja, pero, antes de que se pudiera dar cuenta, otro pato cruzó como una exhalación el patio y picoteó al patito feo directamente en el cuello.

—¡Detente! —gritó la mamá pata.

Pero el matón replicó:

—Es tan feo y tan raro que necesita que lo intimiden un poco.

La reina de los patos con su cinta roja en la pata comentó:

—¡Vaya, otra nidada! Como si no tuviéramos suficientes bocas que —alimentar. Y aquel de allí tan grande y tan feo tiene que ser una equivocación.

—No es una equivocación —dijo la mamá pata—. Será muy fuerte, Lo que ocurre es que se ha pasado demasiado tiempo en el huevo y aún está un poco deformado. Pero todo se arreglará, ya lo verás —añadió, alisando las plumas del patito feo y lamiéndole los remolinos de Plumas que le caían sobre la frente.

Sin embargo los demás hacían todo lo posible por hostigar de mil maneras al patito feo. Se le echaban encima volando, lo mordían, lo Picoteaban, le silbaban y le gritaban. Conforme pasaba el tiempo, el tormento era cada vez peor. El patito se escondía, procuraba esquivarlos, zigzagueaba de derecha a izquierda, pero no podía escapar. Era la criatura más desdichada que jamás hubiera existido en este mundo.

Al principio, su madre lo defendía, pero después hasta ella se cansó y exclamó exasperada:

—Ojalá te fueras de aquí.

Entonces el patito feo huyó. Con casi todas las plumas alborotadas y un aspecto extremadamente lastimoso, corrió sin parar hasta que llegó a una marisma. Allí se tendió al borde del agua con el cuello estirado, bebiendo agua de vez en cuando. Dos gansos lo observaban desde los cañaverales.

—Oye, tú, feúcho —le dijeron en tono de burla—, ¿quieres venir con nosotros al siguiente condado? Allí hay un montón de ocas solteras para elegir.

De repente se oyeron unos disparos, los gansos cayeron con un sordo rumor y el agua de la marisma se tiñó de rojo con su sangre. El patito feo se sumergió mientras a su alrededor sonaban los disparos, se oían los ladridos de los perros y el aire se llenaba de humo.

Al final, la marisma quedó en silencio y el patito corrió y se fue volando lo más lejos que pudo. Al anochecer llegó a una pobre choza; la puerta colgaba de un hilo y había más grietas que paredes. Allí vivía una vieja andrajosa con su gato despeinado y su gallina bizca. El gato se ganaba el sustento cazando ratones. Y la gallina se lo ganaba poniendo huevos.

La vieja se alegró de haber encontrado un pato. A lo mejor, pondrá huevos, pensó, y, si no los pone, podremos matarlo y comérnoslo. El pato se quedó allí, donde constantemente lo atormentaban el gato y la gallina, los cuales le preguntaban:

—¿De qué sirves si no puedes poner huevos y no sabes cazar?

—A mí lo que más me gusta es estar debajo —dijo el patito, lanzando un suspiro—, debajo del vasto cielo azul o debajo de la fría agua azul.

El gato no comprendía qué sentido tenía permanecer debajo del agua y criticaba al patito por sus estúpidos sueños. La gallina tampoco comprendía qué sentido tenía mojarse las plumas y también se burlaba del patito. Al final, el patito se convenció de que allí no podría gozar de paz y se fue camino abajo para ver si allí había algo mejor.

Llegó a un estanque y, mientras nadaba, notó que el agua estaba cada vez más fría. Una bandada de criaturas volaba por encima de su cabeza; eran las más hermosas que él jamás hubiera visto. Desde arriba le gritaban y el hecho de oír sus gritos hizo que el corazón le saltara de gozo y se le partiera de pena al mismo tiempo. Les contestó con un grito que jamás había emitido anteriormente. En su vida había visto unas criaturas más bellas y nunca se había sentido más desvalido.

Dio vueltas y más vueltas en el agua para contemplarlas hasta que ellas se alejaron volando y se perdieron de vista. Entonces descendió al fondo del lago y allí se quedó acurrucado, temblando. Estaba desesperado, pues no acertaba a comprender el ardiente amor que sentía por aquellos grandes pájaros blancos.

Se levantó un viento frío que sopló durante varios días y la nieve cayó sobre la escarcha. Los viejos rompían el hielo de las lecheras y las viejas hilaban hasta altas horas de la noche. Las madres amamantaban a tres criaturas a la vez a la luz de las velas y los hombres buscaban a las ovejas bajo los blancos cielos a medianoche. Los jóvenes se hundían hasta la cintura en la nieve para ir a ordeñar y las muchachas creían ver los rostros de apuestos jóvenes en las llamas del fuego de la chimenea mientras preparaban la comida. Allá abajo en el estanque el patito tenía que nadar en círculos cada vez más rápidos para conservar su sitio en el hielo.

Una mañana el patito se encontró congelado en el hielo y fue entonces cuando comprendió que se iba a morir. Dos ánades reales descendieron volando y resbalaron sobre el hielo. Una vez allí estudiaron al patito.

—Cuidado que eres feo —le graznaron—. Es una pena. No se puede hacer nada por los que son como tú.

Y se alejaron volando. Por suerte, pasó un granjero y liberó al patito rompiendo el hielo con su bastón. Tomó en brazos al patito, se lo colocó bajo la chaqueta y se fue a casa con él. En la casa del granjero los niños alargaron las manos hacia el patito, pero éste tenía miedo. Voló hacia las vigas y todo el polvo allí acumulado cayó sobre la mantequilla. Desde allí se sumergió directamente en la jarra de la leche y, cuando salió todo mojado y aturdido, cayó en el tonel de la harina. La esposa del granjero lo persiguió con la escoba mientras los niños se partían de risa. El patito salió a través de la gatera y, una vez en el exterior, se tendió medio muerto sobre la nieve. Desde allí siguió adelante con gran esfuerzo hasta que llegó a otro estanque y otra casa, otro estanque y otra casa y se pasó todo el invierno de esta manera, alternando entre la vida y la muerte.

Así volvió el suave soplo de la primavera, las viejas sacudieron los lechos de pluma y los viejos guardaron sus calzoncillos largos. Nuevos niños nacieron en mitad de la noche mientras los padres paseaban Por el Patio bajo el cielo estrellado. De día las muchachas se adornaban el pelo con narcisos y los muchachos contemplaban los tobillos de las, chicas. Y en un cercano estanque el agua empezó a calentarse y el Patito feo que flotaba en ella extendió las alas.

Qué grandes y fuertes eran sus alas. Lo levantaron muy alto por encima de la tierra. Desde el aire vio los huertos cubiertos por sus blancos mantos, a los granjeros arando y toda suerte de criaturas, empollando, avanzando a trompicones, zumbando y nadando. Vio también en el estanque tres cisnes, las mismas hermosas criaturas que había visto el otoño anterior, las que le habían robado el corazón, y sintió el deseo de reunirse con ellas.

¿Y si fingen apreciarme y, cuando me acerco a ellas, se alejan volando entre risas?, pensó el patito. Pero bajó planeando y se posó en el estanque mientras el corazón le martilleaba con fuerza en el pecho.

En cuanto lo vieron, los cisnes se acercaron nadando hacia él. No cabe duda de que estoy a punto de alcanzar mí propósito, pensó el patito, pero, si me tienen que matar, prefiero que lo hagan estas hermosas criaturas y no los cazadores, las mujeres de los granjeros o los largos inviernos. E inclinó la cabeza para esperar los golpes.

Pero ¡oh prodigio! En el espejo del agua vio reflejado un cisne en todo su esplendor: plumaje blanco como la nieve, ojos negros como las endrinas y todo lo demás. Al principio, el patito feo no se reconoció, pues su aspecto era el mismo que el de aquellas preciosas criaturas que tanto había admirado desde lejos.

Y resultó que era una de ellas. Su huevo había rodado accidentalmente hacia el nido de una familia de patos. Era un cisne, un espléndido cisne. Y, por primera vez, los de su clase se acercaron a él y lo acariciaron suave y amorosamente con las puntas de sus alas. Le atusaron las plumas con sus picos y nadaron repetidamente a su alrededor en señal de saludo.

Y los niños que se acercaron para arrojar migas de pan a los cisnes exclamaron:

—Hay uno nuevo.

Y, tal como suelen hacer los niños en todas partes, corrieron a anunciarlo a todo el mundo. Y las viejas bajaron al estanque y se soltaron sus largas trenzas plateadas. Y los mozos recogieron en el cuenco de sus manos el agua verde del lago y se la arrojaron a las mozas, quienes se ruborizaron como pétalos. Los hombres dejaron de ordeñar simplemente para aspirar bocanadas de aire. Las mujeres abandonaron sus remiendos para reírse con sus compañeros. Y los viejos contaron historias sobre la longitud de las guerras y la brevedad de la vida.

Y uno a uno, a causa de la vida, la pasión y el paso del tiempo, todos se alejaron danzando; los mozos y las mozas se alejaron danzando. Los viejos, los maridos y las esposas también se alejaron danzando. Los niños y los cisnes se alejaron danzando… y nos dejaron solos… con la primavera… y allá abajo junto a la orilla del río otra mamá pata empezó a empollar los huevos de su nido.

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El problema del exiliado es muy antiguo. Muchos cuentos de hadas y mitos se centran en el tema del proscrito. En tales relatos, la figura principal se siente torturada por unos acontecimientos que la rebasan, con frecuencia a causa de un doloroso descuido. En “La bella durmiente”, la decimotercera hada es olvidada y no se la invita al bautizo, lo cual da lugar a que la niña sea objeto de una maldición que exigía a todo el mundo de una u otra forma. A veces el exilio se produce por pura maldad, como cuando la madrastra envía a la hijastra a la oscuridad del bosque en “Vasalisa la Sabia”.

Otras veces el exilio se produce como consecuencia de un ingenuo error. El griego Hefesto se puso del lado de su madre Hera en una discusión de ésta con su esposo Zeus. Zeus se enfureció y arrojó a Hefesto del monte Olimpo, desterrándolo y provocándole una cojera.

A veces el exilio es consecuencia de un pacto que no se comprende, tal como ocurre en el cuento de un hombre que accede a vagar como una bestia durante un determinado número de años para poder ganar un poco de oro y más tarde descubre que ha entregado su alma al diablo disfrazado.

El tema de “El patito feo” es universal. Todos los cuentos del “exilio” contienen el mismo significado esencial, pero cada uno de ellos está adornado con distintos flecos y ringorrangos que reflejan el fondo cultural del cuento y la poesía de cada cuentista en particular.

Los significados esenciales que aquí nos interesan son los siguientes: El patito del cuento es un símbolo de la naturaleza salvaje que, cuando las circunstancias la obligan a pasar penurias nutritivas, se esfuerza instintivamente en seguir adelante ocurra lo que ocurra. La naturaleza salvaje resiste instintivamente y se agarra con fuerza, a veces con estilo y otras con torpeza. Y menos mal que lo hace, pues, para la mujer salvaje, la perseverancia es una de sus mayores cualidades.

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