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jueves, 26 de enero de 2012

Una estación llamada Soledad...

 



Una estación llamada Soledad...
Porque a veces parece como que el cielo y la tierra 
se alían con el alma, hasta fundirse en una unidad de calma y paz.
De espera eterna.
De un silencio suave y rítmico 
como el sonido de las hojas que danzan en el aire 
hasta dejarse caer gozosas en el suelo.

La brisa tenue y rítmica, genera armoniosas melodías 
entre verdes y ocres, 
entre luces y sombras, 
entre raíces que se funden con la nueva semilla 
aspirante a nacer.

El sol tibio de la tarde, buscando donde desplegar su luz y calor...
platinando hojas y canteros, 
tapizando de magia los últimos rincones oscuros 
 de esta quietud absoluta 
de un domingo en Palermo.

Los bancos, vacíos.
Senderos huérfanos de pisadas de hombre. 
Y de niño.
La soledad despojada y pura.
Y mi mirada recorriendo con nostalgia cada palmo de verde.
Y de último sol de la tarde.
El corazón, latiente.
El pulso, firme.
Y la magia, apareciendo de a poco, 
como invitada de último momento a mi escenario interior 
en blanco y negro.

Los troncos de los árboles, 
guardando la memoria de amores fugaces y furtivos.
Y de los otros, si es que se han salvado de la rutina 
y del miedo a amar. 
Y explorar con todos los sentidos.

Las viejas pérgolas enlazadas de rosales 
testigos de historias y secretos. 
De miradas y silencios.  
De un horizonte plagado de sabores porteños.

El mismo viento. 
El mismo cielo. 
El mismo aroma en el aire. 
La misma luz develando ensueños.

A lo lejos, el relato de un partido de fútbol en una radio vieja.
Y más cerca, unos ojos sedientos 
de ver 
y de sentir.
O simplemente, un alma triste 
entregándose a la belleza más pura.
Esa belleza capaz de hacerte despertar de un largo sueño.
Y hacer que de tu pecho abierto 
 salga una sola palabra hacia la vida: 
Gratitud.

Y ahí...en ese instante fugaz, 
uno se reconcilia con los misterios de la vida 
y comprende por fin que todo tiene un sentido.

Aún el silencio y la soledad.
Y el dolor y el desencuentro.
Y la ternura y la entrega.
Y el haberlo intentado.
Y el seguir intentándolo 
cada vez que uno se despierta cada día.
Sin olvidar jamás de luchar siempre 
con un sueño bajo el brazo.

No hay errores.
Simplemente, aprendemos.
Y el final es solo la excusa 
para un nuevo comienzo.
O el reencuentro definitivo...

Gracias Gabi Dakoff
21-09-2002

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