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viernes, 4 de febrero de 2011

Límites humanos.....Las fronteras son un invento




Límites humanos

   
Las fronteras son un invento

Autor:
Eduard Punset
Desde mi ventana volcada sobre la ría de Cedeira, en Galicia, el espacio y el tiempo acaban de variar ligeramente. Todo sigue igual, aparentemente, que hace un rato; el único cambio –imperceptible a los ojos de los forasteros– consiste en que la proa de los barcos anclados en la ría ahora apuntan a mi ventana, cuando hasta hace menos de dos horas señalaban a mi izquierda.

Sólo percibimos los detalles insignificantes del universo; pero hay suficiente variación en esos pequeños detalles para poder imaginar las estructuras gigantescas de estrellas y galaxias que realmente lo componen. Igual ocurre en la vida cotidiana. Cambios de humor casi imperceptibles para la gente ajena del lugar dejan traslucir verdaderos seísmos colectivos que interrumpirían el aliento si pudiéramos sentirlos. ¿Quién no tiene la sensación de que algo muy parecido está ocurriendo ahora en las sociedades europeas?

De cada cinco personas, una está agobiada por la depresión u otra enfermedad mental. Se calcula que hasta un 20 por ciento de la población está seriamente afectada, redundando ello en tasas insospechadas de absentismo. El coeficiente de fracaso escolar en países como España está alcanzando niveles alarmantes que cuestionan el actual sistema educativo y la estructura escandalosa –por la cifra de parados– del mercado laboral. ¿Qué está ocurriendo realmente?
Al contrario de lo que suele creer un sector reflexivo y muy concienzudo de la sociedad, no resulta fácil despachar el problema alegando que se ha producido un cambio de valores. Yo más bien tiendo a creer que estamos siendo víctimas de lo contrario. No se está produciendo el cambio de valores que la situación de un mundo marcado por la globalización requeriría.

La gente de mi generación parecíamos idénticos en clase; quiero decir que unos podían ser algo más serios que el resto y otros más indisciplinados, pero, básicamente, éramos muy iguales: marcados todos por la Guerra Civil, la misma ropa e idéntico peinado. El reconocimiento social era función del gusto de uno, por este orden, por las matemáticas, primero; por la lengua y humanidades, después; por el arte y la música; y, muy en último término, por la danza. “Mi clase de ahora –me confesaba un maestro norteamericano– se parece a una clínica mental; todos gritan y cada uno va a su bola”. Ni ellos ni nosotros hemos aprendido a gestionar la diversidad característica de un mundo globalizado.

De la misma manera que el movimiento parsimonioso de la proa de las barcas en la ría de Cedeira no anticipa en absoluto los ciclones y altibajos que se producen en el universo, paralelamente, el decaimiento de la intención de voto de que son objeto el presidente francés, Sarkozy, o la dirigente socialdemócrata en Alemania, Merkel, no ayuda a identificar lo que está ocurriendo a escala planetaria. La verdad cruda y alentadora, al mismo tiempo, consiste en barruntar que ninguno de los dos ha sabido cambiar de opinión y que ambos siguen ofuscados por el nacionalismo, como tantos otros, en un mundo totalmente globalizado.

Resulta estrafalaria la actitud de tantos dirigentes políticos que no se han percatado todavía de que, si la existencia de un mercado mundial y globalizado está preservando la supervivencia de todos, la necesidad de un sistema económico también común –como ha puesto de manifiesto la actual crisis del euro en Europa– y de un gobierno mundial es ya inexcusable.

Siempre me fascinó lo que pusieron de manifiesto las primeras fotografías de la Tierra tomadas desde el espacio. Aquí abajo el tejemaneje de la política consiste en conciliar los intereses supuestamente contradictorios de los distintos países, mientras que desde el espacio ninguna de las fotografías señala la existencia de fronteras separando a un país de otro. Son todas inventadas.

Gracias Blog Libro Abierto.

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