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lunes, 5 de diciembre de 2011

Cantando sobre los huesos


 

 Taller sobre  el libro  Mujeres que corren con los lobos

de Clarissa Pinkola Estés 


Cantando sobre los huesos

Tanto los animales salvajes como la Mujer Salvaje son especies en peligro de extinción.

En el transcurso del tiempo hemos presenciado cómo se ha saqueado, rechazado y reestructurado la naturaleza femenina instintiva. Durante largos períodos, ésta ha sido tan mal administrada como la fauna silvestre y las tierras vírgenes. Durante miles de años, y basta mirar el pasado para darnos cuenta de ello, se la ha relegado al territorio más yermo de la psique. A lo largo de la historia, las tierras espirituales de la Mujer Salvaje han sido expoliadas o quemadas, sus guaridas se han arrasado y sus ciclos naturales se han visto obligados a adaptarse a unos ritmos artificiales para complacer a los demás.

No es ninguna casualidad que la prístina naturaleza virgen de nuestro planeta vaya desapareciendo a medida que se desvanece la comprensión de nuestra íntima naturaleza salvaje. No es difícil comprender por qué razón los viejos bosques y las ancianas se consideran unos recursos de escasa importancia. No es ningún misterio. Tampoco es casual que los lobos y los coyotes, los osos y las mujeres inconformistas tengan una fama parecida. Todos ellos comparten unos arquetipos instintivos semejantes y, como tales, se les considera erróneamente poco gratos, total y congénitamente peligrosos y voraces.

Mi vida y mi trabajo como psicoanalista junguiana, poeta y cantadora*, guardiana de los antiguos relatos, me han enseñado que la maltrecha vitalidad de las mujeres se puede recuperar efectuando amplias excavaciones “psíquico—arqueológicas” en las ruinas del subsuelo femenino. Recurriendo a estos métodos conseguimos recobrar las maneras de la psique instintiva natural y, mediante su personificación en el arquetipo de la Mujer Salvaje, podemos discernir las maneras y los medios de la naturaleza femenina más profunda. La mujer moderna es un borroso torbellino de actividad. Se ve obligada a serlo todo para todos. Ya es hora de que se restablezca la antigua sabiduría.

El título de este libro, Las mujeres que corren con los lobos: Mitos y relatos del arquetipo de la Mujer Salvaje, procede de mis estudios de biología acerca de la fauna salvaje y de los lobos en particular. Los estudios de los lobos Canis lupus y Canis rufus son como la historia de las mujeres, tanto en lo concerniente a su coraje como a sus fatigas.

Los lobos sanos y las mujeres sanas comparten ciertas características psíquicas: una aguda percepción, un espíritu lúdico y una elevada capacidad de afecto. Los lobos y las mujeres son sociables e inquisitivos por naturaleza y están dotados de una gran fuerza y resistencia. Son también extremadamente intuitivos y se preocupan con fervor por sus vástagos, sus parejas y su manada. Son expertos en el arte de adaptarse a las circunstancias siempre cambiantes y son fieramente leales y valientes.

Y, sin embargo, ambos han sido perseguidos, hostigados y falsamente acusados de ser voraces, taimados y demasiado agresivos y de valer menos que sus detractores. Han sido el blanco de aquellos que no sólo quisieran limpiar la selva sino también el territorio salvaje de la psique, sofocando lo instintivo hasta el punto de no dejar ni rastro de él. La depredación que ejercen sobre los lobos y las mujeres aquellos que no los comprenden es sorprendentemente similar.

Por consiguiente, fue ahí, en el estudio de los lobos, donde por primera vez cristalizó en mí el concepto del arquetipo de la Mujer Salvaje. He estudiado también a otras criaturas como, por ejemplo, el oso, el elefante y esos pájaros del alma que son las mariposas. Las características de cada especie ofrecen abundantes indicios de lo que es posible conocer acerca de la psique instintiva femenina.

La naturaleza salvaje ha pasado doblemente a mi espíritu por mi nacimiento en el seno de una apasionada familia mexicano—española y más tarde por mi adopción por parte de una familia de fogosos húngaros. Me crié cerca de la frontera de Michigan, rodeada de bosques, huertos y tierras de labranza y no lejos de los Grandes Lagos. Allí los truenos y los relámpagos eran mi principal alimento. Por la noche los maizales crujían y hablaban en voz alta. Allá arriba en el norte, los lobos acudían a los claros del bosque a la luz de la luna, y brincaban y rezaban. Todos podíamos beber sin temor de los mismos riachuelos.

Aunque entonces no la llamaba con este nombre, mi amor por la Mujer Salvaje nació cuando era una niña. Más que una atleta, yo era una esteta y mi único deseo era ser una caminante extasiada. En lugar de las sillas y las mesas, prefería la tierra, los árboles y las cuevas, pues sentía que en aquellos lugares podía apoyarme contra la mejilla de Dios.

El río siempre pedía que lo visitaran después del anochecer, los campos necesitaban que alguien los recorriera para poder expresarse en susurros. Las hogueras necesitaban que las encendieran de noche en el bosque y las historias necesitaban que las contaran fuera del alcance del oído de los mayores.

Tuve la suerte de criarme en medio de la Naturaleza. Allí los rayos me enseñaron lo que era la muerte repentina y la evanescencia de la vida. Las crías de los ratones me enseñaron que la muerte se mitigaba con la nueva vida. Cuando desenterré unos “abalorios indios”, es decir, fósiles sepultados en la greda, comprendí que la presencia de los seres humanos se remontaba a muchísimo tiempo atrás. Aprendí el sagrado arte del adorno personal engalanándome la cabeza con mariposas, utilizando las luciérnagas como alhajas nocturnas y las ranas verde esmeralda como pulseras.

Una madre loba mató a uno de sus cachorros mortalmente herido; así me enseñó la dura compasión y la necesidad de permitir que la muerte llegue a los moribundos. Las peludas orugas que caían de las ramas y volvían a subir con esfuerzo me enseñaron la virtud de la perseverancia, y su cosquilleo sobre mi brazo me enseñó cómo cobra vida la piel. El hecho de trepar a las copas de los árboles me reveló la sensación que el sexo me haría experimentar más adelante.

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