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viernes, 12 de agosto de 2011

BASTA Y ADIOS



Hay duelos cuyo final se difumina a lo largo de la vida, o que, por ser tan grande la pérdida, no admiten un verdadero cierre: el dolor se va encastrando en lo cotidiano, hasta que, al menos, ya no lo invade todo, y se encuentra una nueva manera de vivir, que incluye dignamente ese dolor. Pero hay otros duelos ante los que quizás necesitamos tomar una actitud diferente. Duelos que si se los deja evolucionar pueden contaminarlo todo, tal como ciertos tóxicos ca-paces de, en pequeñas gotas, polucionar miles de litros de agua. Duelos que ocupan más tiempo del que lo perdido merece. Duelos que, para cerrarlos, requieren por parte del duelante una participación activa, fundamentada en una sola palabra: "basta". De una sola vez o en cuotas, pero "basta". "Basta" signi-fica "ya fue suficiente" = ya fue bastante.

Resulta curioso: es como si uno advirtiera que esa persona que nos dejó, eso que perdimos, eso que anhelamos pero nunca llegó a ser... ocupa demasiado espacio interno. Y a veces externo! Con frecuencia guardamos objetos que evocan ese dolor, con lo cual nos garantizamos que se perpetúe, melancó-licamente. Quedamos atrapados en la gran trampa de la canción "Lucía", del querido Serrat: "No hay nada más bello que lo que nunca he tenido / ni nada más amado que lo que perdí...". Sí, es una trampa. Y puede ser una trampa mortal. Pues la vida es ahora, con lo que hay. Y muchas veces, inclusive, esos amores que seguimos duelando, no valen ni quince minutos de nuestra vida actual. ¿Por qué permitir, entonces que nos habite por años? Es extraño, pero un día uno puede decir la palabra mágica: "basta". Y se acabó. Dejar espacio para lo nuevo.

Esa palabra puede estar sostenida por algo muy hondo: el respeto a sí mismo, al ansia de vida que quiere seguir adelante y está retenida por lo viejo, al hartazgo de regurgitar lo que quizás ya sólo merezca ser excretado. El "basta" se fundamenta en una percepción sentida de aquello que Goethe expresó con tanta contundencia: "Ya que la vida es corta, no la hagamos pequeña". Ciertos recuerdos son como los habitantes ilegales de una casa abandonada. La casa abandonada, en ese caso, somos nosotros; y no porque, eventualmente, nos hayan abandonado, sino porque nos habremos abandonado a nosotros mis-mos. De ninguna manera! A desalojar a los intrusos! A cargar todo lo rancio, todo lo roto, todo lo caduco, en un enorme morral, y a despeñarlo en algún barranco, gritando a viva voz: "BASTA! Me declaro VIVO y DISPONIBLE.". Escuchemos cómo lo dijo Neruda:

La noche entera
con un hacha
me ha golpeado el dolor,
pero el sueño
pasó lavando como un agua oscura
piedras ensangrentadas.
Hoy de nuevo estoy vivo.
De nuevo
te levanto, Vida,
sobre mis hombros.
Oh vida, copa clara,
de pronto
te llenas
de agua sucia,
de vino muerto,
de agonía, de pérdidas,
de sobrecogedoras telarañas,
y muchos creen
que ese color de infierno
guardarás para siempre.
No es cierto.
Pasa una noche lenta,
pasa un solo minuto
y todo cambia.
Se llena de transparencia
la copa de la Vida.
El trabajo espacioso
nos espera.
De un solo golpe nacen las palomas.
Se establece la luz sobre la tierra.
Vida
, los pobres
poetas
te creyeron amarga,
no salieron contigo
de la cama
con el viento del mundo.
Recibieron los golpes
sin buscarte,
se barrenaron
un agujero negro
y fueron sumergiéndose
en el luto
de un pozo solitario.
No es verdad, Vida,
eres
bella
como la que yo amo
y entre los senos tienes
olor a menta.
Vida, eres
una máquina plena,
felicidad, sonido
de tormenta, ternura
de aceite delicado.
Vida,
eres como una viña:
atesoras la luz y la repartes
transformada en racimo.

El que de ti reniega
que espere
un minuto, una noche,
un año corto o largo,
que salga
de su soledad mentirosa,
que indague y luche, junte
sus manos a otras manos,
que no adopte ni halague
a la desdicha,
que la rechace dándole
forma de muro,
como a la piedra los picapedreros,
que corte la desdicha
y se haga con ella
pantalones.
La vida nos espera
a todos
los que amamos
el salvaje
olor a mar y menta
que tiene entre los senos.


Gracias Virginia Gawel & Eduardo Sosa  

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