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jueves, 25 de agosto de 2011

LA FLOR QUE LLORO


En un jardín hermoso y sonriente entre las rosas más bellas que ahí se daban, en un triste rincón anidaba una florecilla muy rara de pétalos rosados, algo encorvada, casi transparente, bajo las sombras de las más altas y sonrojadas.

Érase un jardinero que las cuidaba, entre más bella la rosa, mas la atesoraba y sucedió que un día, entre las templanzas de la incoherente naturaleza, él con cierto recelo la mirase, mas aún así le prestó atención. Puede que por curiosidad más que por pasión.

Fue el tiempo cómplice de la naturaleza y entre más pasaba, la rara florecilla más le sonreía y el jardinero cauto y con experiencia en tanta vida, extrañado quedaba.

Tal pareciera que flor más rara jamás hubiera admirado... es entonces que poco a poco un amor tan limpio como el mismo aire y transparente como el agua más clara, del jardinero a aquella florecilla brotase.

Con dulce afán la tonta florecilla imaginase rosa altiva, cual rosa mas hermosa y de pétalos suaves que como recompensa, de la tierra donde nacen son llevadas a la gloria infinita a la mano donde yacen los amores mas instintivos.

No era tanto la dicha de encontrarse en la gloria, la pequeña florecilla de pétalos rosados, casi transparente, como un sueño anhelado, en cada noche bajo el cielo estrellado contemplaba la mano del jardinero cauto rozando sus pétalos pálidos.

Cuantas lunas transcurrían en donde la rara florecilla sus pétalos abría, sintiendo el sereno noche a noche, en una verdad casi entrañable. Al llegar el alba la florecilla despertaba cada amanecer con menos timidez y más erguida, parecida a una excéntrica rosa poco conocida.

Y sucedió que un día el jardinero sugirió que de la tierra donde vivía la rara florecilla, a su mano ávida pasare, decidido pues se encontraba y sin manifiesto alguno, con sus dedos rozó los dulces pélalos de amor, que parecieran recibir el calor del sol mas brillante, el agua mas pura y el aire mas embriagante.

Extendiendo su corola la rara florecilla, dibujaba en sus adentros una de tantas lunas, allá cuando soñó con ese mágico momento... más basto ese breve instante para que el jardinero de la dicha a la meditación pasare, y es que no se sintió merecedor de una inocencia tan cautivante.
Fue así como pensó que en el lugar aquel donde la contempló la primera vez, la linda florecilla permaneciera y fue así como pasó...

La rara florecilla triste quedó observando como el jardinero se alejó, dejándole ahí y fue cuando comprendió que jamás sería una rosa, y poco a poco la rara florecilla de melancolía a marchitarse empezó.

Nuevamente de pétalos rosados, algo encorvada y casi transparente, bajo el cielo iluminado con millares de cuerpos celestes en el sereno de la noche dos gotitas de agua relucientes, sus lágrimas se mezclaron, para así al alba disfrazarlas de rocío.

Cual fue la sorpresa para el cauto jardinero, que en una mañana tan bella, enriquecida con el trino de los pajarillos y un resplandeciente sol, en los pétalos de la rara florecilla las dos gotitas de agua encontró, la vio tan marchita y decaída que con sus manos las lagrimitas le limpió y al tocarlas, él supo que esa agua cristalina era de dolor, más al acariciarla, la rara florecilla nuevamente su calor sintió y en esa agua cristalina le agradeció por hacerla sentir alguna vez la rosa más bella y codiciada de tu eterno jardín ...

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