Hakuin y el niño pequeño
Siente continuamente algo dentro de ti que es igual, pase lo que pase en la periferia. Cuando alguien te insulte, céntrate en el punto donde sólo le escuchas, sin hacer nada, sin reaccionar, simplemente escucha. Te está insultando. Y después alguien te alaba; simplemente escucha. Insulto-alabanza, honor-deshonor, simplemente escucha. Tu periferia se alterará. Obsérvalo, no trates de cambiarlo. Míralo; permanece profundamente centrado, mirando desde allí. Así lograrás un desapego que no es forzado, un desapego espontáneo, natural. Y una vez que percibas ese desapego espontáneo, nada podrá alterarte.
En el pueblo donde vivía el gran maestro zen Hakuin, una muchacha se quedó embarazada. Su padre le presionó para que declarara quién era su amante y, al final, para huir del castigo, ella dijo que era Hakuin. El padre no dijo nada más, pero cuando llegó el momento y el niño nació, se lo llevó inmediatamente a Hakuin y lo tiró al suelo ante él. —Parece que se trata de tu hijo —dijo, y se puso a insultarle por aquel asunto tan desgraciado.
—Ah, ¿es así? —respondió Hakuin. Tomó al retoño en sus brazos. A partir de entonces, donde quiera que iba llevaba al niño consigo, envuelto en la manga de su túnica. Durante los días lluviosos y las noches tormentosas salía a mendigar leche por las casas vecinas. Muchos de sus discípulos, considerándolo caído, le daba la espalda y se iban. Y Hakuin no decía palabra.
Entre tanto, la madre se dio cuenta de que no podía soportar la agonía de estar separada de su hijo. Confesó el nombre del verdadero padre y su propio padre corrió a postrarse a los pies de Hakuin, implorándole una y otra vez que le perdonara. Hakuin sólo dijo: —Ah, ¿es así? —y le devolvió al niño.
Para el hombre ordinario lo que dicen los demás importa demasiado porque no tiene nada propio. Lo que piensa que es, sólo es una colección de opiniones de otros. Alguien le ha dicho: «Eres precioso», otra persona le ha dicho: «Eres inteligente», y ha ido coleccionando todas esas frases. Por lo tanto siempre tiene miedo: no debe comportarse de tal manera que pierda su reputación, su respetabilidad. Siempre tiene miedo de la opinión pública, de lo que dicen los demás, porque lo único que sabe de sí mismo es lo que le dicen los demás. Si lo retiran, le dejan desnudo. Entonces ya no sabe quién es, si es feo o guapo, inteligente o tonto. No tiene ni una vaga idea de su propio ser; depende de los demás.
Pero el hombre que está en meditación no necesita las opiniones de los demás. Se conoce a sí mismo, por eso no importa lo que digan. Aunque todo el mundo diga algo que va en contra de su experiencia, simplemente se reirá. Esa puede ser, como mucho, la única respuesta. Pero no va a dar ningún paso para cambiar la opinión de la gente. ¿Quiénes son ellos? Ni siquiera se conocen a sí mismos y están tratando de ponerle etiquetas. Rechazará las etiquetas. Simplemente dirá: «Soy lo que soy, y así es como voy a ser».
—Ah, ¿es así? —respondió Hakuin. Tomó al retoño en sus brazos. A partir de entonces, donde quiera que iba llevaba al niño consigo, envuelto en la manga de su túnica. Durante los días lluviosos y las noches tormentosas salía a mendigar leche por las casas vecinas. Muchos de sus discípulos, considerándolo caído, le daba la espalda y se iban. Y Hakuin no decía palabra.
Entre tanto, la madre se dio cuenta de que no podía soportar la agonía de estar separada de su hijo. Confesó el nombre del verdadero padre y su propio padre corrió a postrarse a los pies de Hakuin, implorándole una y otra vez que le perdonara. Hakuin sólo dijo: —Ah, ¿es así? —y le devolvió al niño.
Para el hombre ordinario lo que dicen los demás importa demasiado porque no tiene nada propio. Lo que piensa que es, sólo es una colección de opiniones de otros. Alguien le ha dicho: «Eres precioso», otra persona le ha dicho: «Eres inteligente», y ha ido coleccionando todas esas frases. Por lo tanto siempre tiene miedo: no debe comportarse de tal manera que pierda su reputación, su respetabilidad. Siempre tiene miedo de la opinión pública, de lo que dicen los demás, porque lo único que sabe de sí mismo es lo que le dicen los demás. Si lo retiran, le dejan desnudo. Entonces ya no sabe quién es, si es feo o guapo, inteligente o tonto. No tiene ni una vaga idea de su propio ser; depende de los demás.
Pero el hombre que está en meditación no necesita las opiniones de los demás. Se conoce a sí mismo, por eso no importa lo que digan. Aunque todo el mundo diga algo que va en contra de su experiencia, simplemente se reirá. Esa puede ser, como mucho, la única respuesta. Pero no va a dar ningún paso para cambiar la opinión de la gente. ¿Quiénes son ellos? Ni siquiera se conocen a sí mismos y están tratando de ponerle etiquetas. Rechazará las etiquetas. Simplemente dirá: «Soy lo que soy, y así es como voy a ser».
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