"Te quiero". Estas palabras tienen, quizás, tantos significados como per-sonas las pronuncien. A veces, un dejo posesivo (como si fuera "Te quiero PARA MÍ", tan poco íntimo como decir "Quiero tal cosa".) Pero vayamos hacia el otro "Te quiero": el que implica un cierto grado de Amor (en tan distintas gradientes que abarcarían desde el vecino de enfrente a un padre, un hijo, un amigo)
Allí se aplican con más contundencia las raíces etimológicas de esta expresión: pariente de "caro" y "encarecer", se entrelaza con "Te a-precio"="Me doy cuenta de tu VALOR" (tu "precio", que con nada puede pagarse, tu singularidad tan valo-rable para mí...). Y también el "Te quiero" nace de la misma raíz que "querencia", palabra que define el diccionario como "Inclinación del hombre y de ciertos animales a volver al sitio donde han nacido o estado mucho tiempo." En esta acepción, "querer" obedece a su otra raíz: "buscar desde cierta nostalgia relacionada a la pertenencia". De modo tal que cuando decimos "Te quiero", en el fondo estamos diciendo "Mi lugar en esta Tierra también eres tú". Reco-nocemos al otro como parte vital de nuestro mundo (pues los lugares generalmente no son sitios físicos, sino vínculos que se han desple-gado en esos lugares). Así, decir "Te quiero" significa entonces también "Si no estuvieras, no sería lo mismo. Sentiría nostalgia de tu presencia."
Bello, verdad? Sin embargo, la mayoría de las personas, a lo largo de una semana, dicen pocas veces "Te quiero", "Te aprecio". Y algunos... nunca o casi nunca! Hay a quienes les es más fácil expresar un malestar o una crítica. Si la persona SE DA CUENTA de que está en esa trampa, es posible que experimente un sufrimiento consciente; entonces trata... le cuesta... se siente maniatada por no poderlo decir. Sin embargo... hay que intentarlo! Una y otra vez: a viva voz, con cartas, con gestos... Como si elongáramos un músculo tieso, pacientemente, hasta volverlo ágil y flexible (aunque al principio nos duela cuán anquilosado está!). Si no lo hacemos, algo dentro se opaca: experimentamos un sin-sentido que, con el trabajo apropiado, sería evitable.
Estos antiguos versos de Joaquín Dicenta parecen mostrar exactamente esto.
Nos pareció bueno hoy recordarlos...
Qué doloroso es amar, y no poderlo decir...
Si es doloroso saber
que va marchando la vida
como una mujer querida
que jamás ha de volver...
Si es doloroso saber
que va marchando la vida
como una mujer querida
que jamás ha de volver...
Si es doloroso ignorar dónde vamos al morir,
más doloroso es amar... y no poderlo decir.
más doloroso es amar... y no poderlo decir.
Triste es ver que la mirada hacia el sol levanta el ciego,
y el sol la envuelve en su fuego
y el ciego no siente nada;
ver su mirada tranquila a la luz indiferente,
y saber que eternamente
la noche va en su pupila bajo el dosel de su frente.
y saber que eternamente
la noche va en su pupila bajo el dosel de su frente.
Pero si es triste mirar y la luz no percibir,
más doloroso es amar... y no poderlo decir.
Conocer que caminamos bajo la fuerza del sino,
recorrer nuestro camino
y no saber dónde vamos;
ser un triste peregrino de la vida
y en el sendero no podernos detener
y no saber dónde vamos;
ser un triste peregrino de la vida
y en el sendero no podernos detener
por ir siempre prisioneros del amor, o del deber.
Mas si es triste caminar
y no poder descansar
más que al tiempo de morir,
más doloroso es amar... y no poderlo decir.
Vivir como yo, soñando con cosas que nunca vi,
y seguir, seguir andando,
sin saber porque motivo ni hasta cuándo.
Tener fantasía y vuelo
sin saber porque motivo ni hasta cuándo.
Tener fantasía y vuelo
que pongan al cielo escalas...
y ver que nos faltan alas
que nos remonten al Cielo.
Mas si es triste no gozar
lo que podemos soñar,
lo que podemos soñar,
no hay más amargo dolor
que ver el alma morir
prisionera de un amor...
y no poderlo decir!
que ver el alma morir
prisionera de un amor...
y no poderlo decir!
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