Cerca de un pueblo, a la orilla del camino, había un gran árbol que tenía hojas pequeñas. Al mirar a su alrededor y ver árboles con grandes hojas, nuestro árbol se sentía siempre infeliz. Ansiaba tener hojas de gran tamaño. Al verlo tan triste, ¡Dios le concedió su deseo!
Sin embargo, las grandes hojas atraían a los habitantes del pueblo quienes las arrancaban para usarlas como envoltorio y para guardar comestibles. El árbol quedó pelado y pronto entristeció, una vez más. El hecho de que utilizaran sus hojas para tal propósito también lo enfurecía por lo que, una vez más, oró fervientemente por un cambio: deseaba hojas más valiosas, como de oro. Nuevamente, ¡el deseo le fue concedido!
Los habitantes del pueblo, al ver estas brillantes hojas doradas las arrancaron. Todos enriquecieron, pero el árbol se puso más triste y furioso. Deseaba hojas que la gente no se atreviera a arrancar. Por lo tanto, rezó para tener hojas de vidrio con puntas filosas. Ahora nadie las podría tocar.
Sucedió que, un día, el viento era muy fuerte y el árbol comenzó a moverse de un lado a otro. Las hojas de vidrio se rompieron y lastimaron al árbol en varios lugares. El árbol sentía un profundo dolor y lloró en vano.
Fue entonces que se dio cuenta de que es mejor estar contento con lo que uno tiene antes que desear cosas mundanas. La satisfacción trae felicidad. Los deseos son la causa de la insatisfacción.
Se arrepintió y rezó para tener el tamaño original de sus hojas. Y ese deseo también Dios se lo concedió.
quien es el autor?
ResponderEliminar