Yo voy de casa en casa como los monjes de la Edad Media que engañaban a las mujeres y a las muchachas ofreciéndoles rosarios y baladas.
Soy un viajero, un vagabundo y pago mi hospedaje con una balada;
soy un huésped sin malicia, fácil de contentar:
a veces me colocan en la mejor habitación de la casa,
con un lecho con pilares;
otras veces duermo en el granero,
sobre la paja.
No me preocupan las pulgas y no hago caso de la sedas.
Soy muy tolerante.
No soy un moralista.
Poseo un sentido demasiado agudo de la brevedad de la vida y de sus tentaciones para trazar líneas de demarcación con tinta roja.
Y, sin embargo,
no estoy tan desprovisto de malicia como vosotros creéis,
vosotros que me juzgáis por mi charlatanería.
Yo oculto en mi manga mi pequeña daga de desprecio y de severidad. Pero es fácil que mi golpe sea desviado.
Yo invento historias.
Con una nada fabrico pequeños juguetes.
Una muchacha está sentada en el umbral de una cabaña;
ella espera...¿a quién?
¿Ha sido seducida o no ha sido seducida?
Las olas
Gracias Virginia Woolf
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