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martes, 7 de junio de 2011

Hacia un mundo más pequeño, más bello y equitativo.




Hace unos meses recibí este articulo de Francesc Miralles y como vaticinaba el petróleo ya llegó a 3 digitos y la nieve esta llegando al desierto y la crisis nos toca cada vez más a todos ya no es solo de los países tercer mundistas y pienso que es el momento de compartir el articulo con ustedes porque tiene su parte positiva y lo que reflexionando podamos sacar de todo esto y que quizás ha llegado el tiempo de vivir en un mundo más pequeño, pero más sierto, que no sea un sueño ni una pesadilla sino una buena realidad. 

Los abrazo como siempre en luz, una luz que nos cubra a todos por partes iguales y que nos merecemos todos, los quiero desde el alma Helen.
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Hacia un mundo más pequeño

El fin de la cultura ‘low cost’ nos brinda la oportunidad de recuperar el valor de lo más próximo y natural, además de redescubrir la mesura de las cosas. Texto: Francesc Miralles

El analista económico Jeff Rubin, especialista en precios del petróleo, fue despedido del banco para el que trabajaba por anunciar el fin de la globalización. En su ensayo Por qué el mundo está a punto de hacerse mucho más pequeño (Tendencias), se dedicaba a desgranar por qué estamos a punto de entrar en una cultura basada en los productos locales, una tendencia que promueve esta revista desde hace más de tres décadas.
La predicción que hace del fin de los excesos que han caracterizado el mundo globalizado está basada, justamente, en el petróleo. Su tesis es: cuando se termine esta crisis y se reactive nuevamente la maquinaria del capitalismo, el precio del crudo volverá a subir, lo cual modificará para siempre nuestro actual modo de vida. En sus propias palabras: “Cuando el barril de petróleo vuelva a costar tres dígitos, esto acabará con la cultura low cost y demostrará que la globalización ha sido un sueño o una pesadilla, pero que, en cualquier caso, es económicamente insostenible. Ya era ecológicamente inviable, pero ahora también lo será desde un punto de vista financiero. Tomaremos el avión, pero no para ir a Vietnam unos días de vacaciones, sino en ocasiones muy determinadas y pagando un precio muy alto, tal como sucedía antes”.

El mundo que viene
Jeff Rubin prevé el retorno de las fábricas que hoy están en Asia, porque el combustible será tan caro que no saldrá a cuenta transportar hasta aquí los productos, por muy barata que resulte la fabricación. Cuando el transporte sea tan costoso que se convierta en un lujo, tendremos que volver a producirlo todo nosotros y más cerca: desde los granos de arroz hasta la maquinaria. Lo que en tiempos de nuestros abuelos era exótico y caro, volverá a ser exótico y caro. Es decir, nos acostumbraremos nuevamente a la cultura local y artesana. Esto terminará con excentricidades como las que denuncia este autor: “¿Qué es lo más refrescante que se puede hacer en Dubai en una tarde de sol abrasador? Esquiar. Muy probablemente afuera se pueda cocer un huevo frito sobre el capó de un coche, pero todos los días se dispone de una sorprendente pista de nieve para esquiar o, como se publicita en los anuncios, simplemente para jugar con ella. Ski Dubai y el inmenso recinto cerrado en el que se ubica consume la energía equivalente a 3.500 barriles de petróleo al día. Todos los días visitan el centro prácticamente el mismo número de personas. Es fácil echar cuentas: para mantener este estilo de vida sería necesario un barril de petróleo por persona y día”.
Las consecuencias de lo que augura este economista canadiense van mucho más allá del ámbito financiero, ya que afectarán a nuestro estilo de vida.

Según las tesis de Rubin, llegará un momento en el que el crudo será tan escaso y tendrá un precio tan desorbitado –se ha dejado el petróleo más costoso de extraer para el final–, que algo así será inimaginable. Y no hablamos sólo de tener nieve en el desierto. El fin de la globalización económica nos permitirá recuperar la medida de las cosas. La buena noticia es que el descalabro de nuestro sistema económico va a conducirnos a un mundo “más pequeño” y a una nueva psicología.

Esto no significa regresar a una cultura conservadora ni renunciar a los beneficios de la era Internet, que nos permite comunicarnos instantáneamente con cualquier persona en cualquier lugar del planeta. Tal como concluye el filósofo Fernando Savater: “Se puede estar a favor de la globalización y en contra de su rumbo actual, lo mismo que se puede estar a favor de la electricidad y contra la silla eléctrica”.

Dejando un momento de lado las predicciones de Jeff Rubin, es interesante analizar desde el punto de vista psicológico qué nos ha llevado hasta el actual estado de las cosas. ¿Cómo y por qué hemos pasado de consumir lo que necesitábamos a una cultura de hiperconsumo compulsivo? Es una larga historia que nos remite a los inicios de la revolución industrial, cuando millones de personas dejaron la vida en el campo para entregarse a talleres y fábricas donde realizaban tareas tan agotadoras como repetitivas. Con el paso de las décadas, los trabajadores fueron ganando derechos, una mejor remuneración y tiempo libre, pero eso no evitó el principal de los males: a la mayoría no le gustaba el trabajo que realizaba.

Cuando alguien consume la mayor parte de su vida despierta –contando los desplazamientos de ida y vuelta al trabajo– haciendo algo que no le gusta, la mente reclama una compensación. Como el niño que aborrece la escuela y, a la salida, come chucherías para resarcirse, el capitalismo se sustenta de esa necesidad de placer inmediato que oculta un tipo de vida que no nos satisface. Por eso, hasta el estallido de la crisis económica, trabajadores de todo rango contrataban vacaciones en el Caribe o se endeudaban cambiando de coche o comprando una segunda residencia. Era nuestra manera de hacer nieve en el desierto después de una jornada abrasadora.

Ahora que la fiesta parece haber terminado, empezamos a darnos cuenta de que quizás el paraíso en el que creíamos vivir no era tal. Como argumenta el analista político norteamericano Michael Parenti: “El problema del capitalismo es que recompensa la peor parte de nosotros como especie: una actitud despiadada, competitiva y manipuladora, así como los impulsos de satisfacción inmediata; mientras que las virtudes como la honestidad, la compasión, el juego limpio, el trabajo duro, la justicia y la preocupación por los demás obtienen poca gratificación, cuando no se convierten directamente en una desventaja o en un obstáculo para prosperar”.

Texto: Francesc Miralles

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