Después de muchos años dormida despierto en un cuerpo que se recompone y se rehace, como si de un segundo nacimiento se tratara. Es posible que éste sea el nacimiento auténtico de mi ser, de mi nuevo ser, quizá incluso para lo que siempre estuve preparada. Sería interesante quizá rebautizarme, aunque bautizarse a una misma parece un poco extraño. Aquí me encuentro, siendo testigo de mí misma, intento salir afuera y verme con perspectiva, con la mirada científica que describe mientras siente.
Mi despertar se produce en un salto cuántico, después de años de valorar la necesidad de cambiar algunos procesos de mi mente, de pensar en lo positivo que sería si… y sin hacer nada realmente. Por supuesto que en mi vida he madurado y evolucionado, como todas las personas que se pueden llamar personas. Considero que tengo conciencia social, amor por la naturaleza y la humanidad. He estudiado mi carácter, he procurado superar traumas de la infancia, generar un proyecto de vida satisfactorio, cuidar mi vida afectiva, mis amigas, mi pareja, mi familia. Me considero una profesional de la psicología que sigue teniendo ganas de aprender y mejorar. Y sin embargo, el cambio que hoy experimento, adquiere un valor dimensional. Bien podría hacer una lista de las cualidades y defectos de mi persona, que he procurado analizar y mejorar, con esfuerzo consciente e inconsciente y que he conseguido en alguna medida. Podría explicar todo mi proceso evolutivo, como una serie de etapas que he ido cumpliendo, con mucho dolor, con mucho esfuerzo, de manera científica y con sus causas y efectos. Pero ahora siento que el cambio se produce a través de un salto en mi conciencia, un cambio cualitativo de mi ser, que sigue siendo mi ser.
Hay veces en la vida en que una se acuesta azul y se levanta verde, en que cree a pies juntillas una premisa y se levanta descreída o con otra convicción. Algunos lo pueden llamar creencias poco asentadas, inseguridad, insustancialidad o incluso superficialidad. Pero a lo que yo me refiero es a un cambio en todos los niveles: físico, psíquico y emocional. Un salto cuántico.
Si escucho mi proceso, puedo oír a mis neuronas chocar entre sí, como las células de un feto en creación. Me siento turbada y confusa y temo no poder explicar bien lo que me está pasando. Oigo también a mi estómago, que ruge, mis órganos se retuercen y me duelen, y mutan. Mis piernas se agitan y todo me sabe amargo. No puedo llevar a cabo ninguna actividad física. Estoy muy cansada. Mi cuerpo me pide descanso y sueño, y yo se lo doy. Y cuando sueño las imágenes representan toda mi vida, todas las personas importantes o no, incluso algunas casi olvidadas aparecen para despedirse de mí, en una ceremonia de muerte y de vida. Y mis sueños son tan reales que cuando despierto creo que estoy viviendo dos vidas y dudo de cual es la de verdad.
Y nada de esto tiene una explicación racional que pueda exponer a otros. Simplemente me siento en evolución. Si hablo de mis emociones, también son un torbellino. Estoy triste y el llanto acude a mí desconsolado, y lo abrazo, y tengo la sensación de que me estoy muriendo, y es verdad, me muero. Muero para renacer, para redescubrir, para despertar. Y veo las cosas con otros ojos y siento el mundo a miles de kilómetros. Y siento la tierra y el universo, y siento su conexión conmigo. Y esté donde esté siento que mis dedos se hunden en la tierra y se convierten en raíces, y que mi tronco crece y de él salen ramas.
Y despierto, conozco y sé, y sonrío. Y de repente surge de esa conexión y de ese despertar un sentimiento que crece en cuestión de milisegundos, una emoción tan intensa que no puedo contener y que se desborda en mí en llanto. Es como si en ese momento pudiera expandirme, volar y saber. Y si cierro los ojos veo el universo delante de mí, he volado y he subido y estoy, y mi cuerpo físico no puede contener todo lo que sé en ese momento. Pero no lo considero un viaje astral, he leído a qué se refiere el término. No es que yo salga de mi cuerpo: simplemente, ¡es que no cabe! Me quedo en un mundo de ensueños en que siento un abrazo, una calidez, una sonrisa, como si algo o alguien se riera conmigo y me dijera: ¿ves? Es posible, ERES. Y mientras pasa todo esto, lo que estoy viviendo es el AMOR, sí, en mayúsculas, porque supera el hecho de sentir amor, es que lo estoy viviendo y tocando, es que prácticamente se ha hecho materia y estoy dentro de él. Es una sensación tan viva, tan libre y tan feliz que supongo que se puede llamar éxtasis, aunque no me sienta muy identificada con el término por todas las connotaciones históricas y santurronas que tiene, pero si no utilizo ésa, tendría que inventarme otra palabra para describirlo.
Y me dejo llevar, y le pido al universo que llene mi copa de abundancia, de crecimiento, de sabiduría, de renacer. Y que me ayude a ayudar, si ese es el plan que tiene para mí.
Entonces vuelvo a tocar tierra, y me doy cuenta de que me he pasado horas en este estado y que estoy dejando de lado mis obligaciones terrenales, mi compromiso con los demás. Me cuesta leer, seguir trabajando, hacer tareas para mis pacientes. Tengo que hacer un esfuerzo inmenso para ello. Sin embargo, cuando estoy trabajando mis palabras brotan solas y siento ese amor de la humanidad en mí, y me siento muy feliz al sentirme partícipe de ella, y cada día encuentro más ese sentimiento a mi alrededor, de los desconocidos, de la gente por la calle, de mis conocidas y de la gente que quiero.
Sí, sé que estoy viviendo mi propio salto cuántico y me pregunto a cuántas personas les estará pasando lo mismo en este momento. Y siento impaciencia por saber, por hacer y por seguir sintiendo. Eso sí, con una maravillosa sensación de felicidad que busca la serenidad y se encuentra con el éxtasis…
Irene Mollá Balañac para StarViewerTeam International 2011.
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