El Sacerdote Benedictino Max Alexander (Prov. de Buenos Aires, Argentina) convida un extenso texto sobre los Reyes Magos del cual extraje una pequeña parte para compartir con ustedes en este tiempo de Epifanía (Manifestación del Señor)
De las tres manifestaciones de Cristo [Caná, Bautismo, Magos], celebradas conjuntamente en la fiesta de Epifanía por las Iglesias de Oriente, en la liturgia romana y en nuestra piedad prevaleció la de los Magos, sin duda porque los creyentes hemos entrevisto que este recorrido de vida, guiado por una estrella, reflejaba nuestra propia historia.
La estrella que los Magos siguieron hasta Jerusalén brilló para ellos en un cielo tachonado de estrellas en su Oriente lejano, probablemente no se distinguía de las demás estrellas ni por su luz ni por sus dimensiones. Tal vez era como las demás estrellas, pero era la estrella del Mesías. Era una estrella desconocida, jamás vista. ¡Se habían visto tantas! ¡Tantas conocían! Muchos vieron esa estrella en el cielo. Muy pocos le hicieron caso. Solamente tres la siguieron, y sin embargo brillaba igualito que las demás. Los tres dejaron su patria y su familia, afrontando los riesgos de un viaje largo y peligroso para seguir a esa pequeña estrella que ellos no habían iluminado, que podía desaparecer en cualquier momento, y que, en una de esas, era una estrella como todas las demás
Partieron y se aventuraron, como en otros tiempos lo hizo Abrahán, sin saber a dónde dirigirse… Y lo que tenía que pasar, pasó…: la estrella, la pequeña estrella, se escondió, y los Magos, los tres magos quedaron solitos y desamparados, lejos de su patria, lejos de la meta de su viaje. Otros se habrían acobardado, habrían dado marcha atrás, pero la fe que ardía en sus corazones no se lo permitía. Para ellos este camino tenía una sola dirección: hacia adelante… Pertenecen a esa clase de personas de las que habla la Carta a los Hebreos, aquellos creyentes que dejando su patria para responder al llamado de Dios, no sabrían volver atrás porque oscuramente aspiran a una patria mejor (Heb 11,15-16).
Renegar de la estrella habría significado un peso insoportable para ellos, ya que gracias a ella habían conocido el llamado de Dios y habían comenzado a responder a él. No podían ser como los demás Magos, aquellos que se habían quedado tranquilamente en su tierra, ocupados en sus asuntos, sin enfrentar riesgo ninguno… Además, se sentían como marcados, llevaban la marca indeleble de la estrella, que como les obligaba-libremente a seguir y a proseguir. Continuaron su viaje, fatigoso y penoso, sin la estrella, en una tierra desconocida, hasta Jerusalén, la ciudad santa, relicario y custodio de las más santas tradiciones,… obligados a preguntar, pensaban que allí podrían recibir nuevas indicaciones.
Se consultaron los libros, se encontraron otras informaciones. Para los demás esas profecías eran otras tantas profecías, entre tantas otras, claro-oscuras y ambiguas como todas las demás. Habían sido los únicos en seguir la estrella, fueron los únicos en hacerle caso y en beneficiarse de la luz de las profecías relativas a ese pequeñísimo e insignificante pueblillo llamado Belén,…, eso porque las profecías, al igual que todos los demás signos que Dios envía están siempre envueltos en los pañales de la ambigüedad, para que logren ser iluminados por los corazones bien dispuestos, tocados por la gracia y el amor de Dios.
Su historia es nuestra historia, es la historia del creyente que responde a la llamada de Dios que le llegó en medio del barullo y la confusión de nuestro mundo y que, no obstante las tinieblas y las noches del Espíritu que deba atravesar, persevera en su camino.
Muchísimas veces,- ¡la gran mayoría! -, Dios se esconde y se revela escondidamente a aquellos que llama a su servicio, y se muestra justito,- en tanto y en cuanto baste -, como para dar el primer paso en la dirección a seguir, como a los Magos, en la oscuridad, en la fidelidad y en la fe, hasta el encuentro,…, cara a cara
Que las tiernas manos de Dios te sostengan
hasta que encuentres la plenitud de tu alma.
Que el Señor habite en tu corazón.
Gracias Adriana
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