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lunes, 4 de abril de 2011

Cuando me opongo, me complico la vida.


Creo que nunca hemos vivido tiempos más acelerados que los actuales. Con mayores presiones que las que se viven hoy día. Me refiero a las sociedades en su conjunto y no a las individualidades. Cada regla tiene su excepción. Y yo celebro por cada hogar o persona que logre integrar la corta lista de dichas excepciones.

Pero tomando distancia del árbol para intentar captar una fiel imagen de lo que hoy es el bosque, lo que se encuentra es penoso. Todo el mundo corriendo detrás de los negocios, a los empleos, con sus cabezas (mentes) trabajando a mil revoluciones por minuto, intentando desmenuzar preocupaciones basadas siempre en intentar evitar hechos que se ven inevitables o resolver situaciones que ellos mismos ven insolucionables.

En medio de todas las presiones que esta constante lucha crea, se continúa corriendo intentando por lo menos escapar de posibles nuevas preocupaciones, cuando todavía no se han resuelto las existentes. Así la gente enferma y no duerme. Y deben enfrentar los días subsiguientes con las mismas presiones, a las que se agregan los nuevos padecimientos, el insomnio y tener que lidiar con asuntos familiares: los niños no se comportan (captan la histeria de los padres), los muy pequeños enferman, los más adolescentes se distancian, están ausentes. No tenemos suerte en la vida.

Todas las desgracias caen sobre nosotros. Un mal trae el otro y así los males se van reproduciendo como bacterias en nuestras vidas hasta alcanzar la velocidad de la luz... y finalmente caemos agotados sin saber ya más lo que hacer. Sin advertir que por más que hagamos, nada se resolverá si lo que hacemos no es lo correcto. La cantidad, aquí, una vez más, no suple a la calidad.

Todos los esfuerzos que realizemos no nos garantizarán el éxito de nuestros objetivos. A veces, el no hacer es mejor solución. Ir con la corriente y encarar las situaciones de otra manera puede ser parte de la patente. Debemos saber que no poseemos el dominio sobre el Universo. Apenas intentamos poseerlo sobre nosotros mismos. Y bien difícil que se nos hace conseguirlo.

Subámonos al flujo de las Leyes de la Naturaleza. 
Seguramente, no nos arrepentiremos.

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