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jueves, 21 de abril de 2011

El insulto rechazado



El insulto rechazado


Las palabras, benditas palabras. ¡Cuánto bien y cuánto mal pueden hacernos! Dicen que a veces los dichos logran dañar más que la violencia física. ¿Porqué es esto así? Analicemos el tema.

Las palabras son el medio más común y debiera ser también el más explícito para comunicarnos. Crean de manera instantánea imágenes y pensamientos en nosotros. Y estos logran mover nuestros afectos, en su caso, llegando a herir nuestro orgullo y autoestima. El único y verdadero atacado es nuestro ego. Si alguien me insulta o lo hace respecto de un ser querido, si manipula mentiras éstas no se harán realidad por el hecho de haber sido manifestadas. Si el insulto se basa en situaciones reales tampoco agregará o quitará nada. La situación permanecerá tal cual es. Entonces ¿porqué debiera afectarnos lo que dicen los demás?

Veamos, sólo en el caso de que nosotros o algún ser allegado recibiera una agresión física, se estaría produciendo un daño comprobable en el exterior y no siempre con posibilidades de neutralizarlo antes de que suceda.

El daño invisible (al menos en un primer momento) causado en nuestros afectos no existirá si no lo sentimos. Entonces, deberá quedar con el agresor. El Buda Gotama solía decir en otras palabras que los insultos y las agresiones verbales son como las ofrendas y regalos que alguien nos trae a nuestra casa. Si nos resultan placenteros gustosos los aceptaremos, de lo contrario podremos rechazarlos quedando estos en poder del visitante.

Las palabras son eso, sólo palabras. Somos nosotros los que las cubrimos de aterciopelados pétalos o de espinas. Tanto a las que emitimos como las que escuchamos de bocas ajenas.
Gracias Rudy Spillman

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